UN CIELO LLORANDO POR UN PAYASO ROTO
Voy con las riendas tensas
y refrenando el vuelo,
porque no es lo que importa llegar solo ni pronto
sino llegar con todos y a tiempo,
León Felipe
cuando la fiera ha tomado posesión,
cuando nos han hinchado la ira.
Nace un hombre pintado,
con la pintura estirado ;
es un gesto que templa una sonrisa,
es una sonrisa ladeada, quebrada y abatida.
Ya no hay chiste que contar,
nos han roto el payaso,
nos han robado la risa.
Una risa rota
que se aposenta en la morada de un niño negro.
Un niño negro que se ríe de los demás
en un éxodo que no quiere terminar.
Una terminación que no ha buscado
y se la han dado sin saber quien es.
Aunque el Mundo se llene de penurias,
aunque el aire se vicie de dolor,
aunque halla sonrisas rotas,
aunque se enarbolen espadas triunfadoras,
aunque los hombres pierdan la razón.
Aunque no nos importe humillar,
aunque seamos pobres humillados alegres.
Siempre habrá un cielo que llore por nosotros,
siempre habrá una lágrima que reclame nuestra sonrisa,
siempre tendremos un payaso roto por gemir
olvidado en el recuerdo.
Y estaremos contentos,
porque nuestros belenes, adornados de mentiras,
despojados y quebrados de amor.
Sabrán esperarnos eternamente.
Escucha esa voz.
Admite el enojo de tus sueños.
Alguien te reclama
una sonrisa verdadera y blasonada,
que abrace un árbol de amor,
y trepando a él, gane la batalla.
Antonio Mugarba.
Aquel que camina una sola legua sin amor,
camina amortajado hacia su propio funeral.
Walt Whitman
Antonio Mugarba
Nadie tornará la mirada al frío cadáver del incomprendido, del paria, del payaso roto, del bufón que yacerá sobre el frío mármol de la mesa del forense. A Zaín le partirán el cráneo y solo verán desolación, y con sus huesos rotos harán vallas para guardar sus haciendas los honorables ciudadanos de primera clase, los que pagan sus impuestos, los administradores de la justicia y del orden. Zaín será materia de estudio en alguna tesis doctoral, será estadística, informe de ministerios de Asuntos Sociales. Zaín será una estruendosa carcajada en la pluma del legislador que estipulará un subsidio, que pondrá precio a la soledad de un puñado de desheredados, será el salario social que le daremos al héroe roto y olvidado por el tiempo.
KOSOVO O LA ESTUPIDEZ RAZONADA DE OTRA DE TANTAS GUERRAS PARA LA HISTORIA
Kosovo, un día cualquiera del verano de 1999. Ha estallado la guerra entre los serbios y los albanokosovares. Horror y muerte. Dos niñas de 11 y 13 años corren hacia un refugio con sus abuelos. Han olvidado algo en casa y vuelven. Allí les sorprende el final de su historia. Su muerte. Miembros del ejército les asesinan por la espalda y los esconden en el pozo de la vivienda. Al acabar los bombardeos, Liridor, el único hijo superviviente de esta familia, les encuentra.
En este caso, las niñas, los abuelos, los padres y Liridor eran y son albanokosovares. Serbios, sus verdugos. Pero la historia puede ser fácilmente relatada al revés: Igor, un chico serbio, perdió a sus primos en el mismo conflicto armado. Fueron las fuerzas de la UÇK (el Ejército de Liberación de Kosovo) quienes les exterminaron. En esta tierra todos han sido opresores y oprimidos.
En realidad, son sólo víctimas de un nacionalismo exacerbado que no hace posible la convivencia armónica entre las dos etnias. En Kosovo es muy fácil comprender a una parte o a la otra, sólo dependerá de qué historia te narren. Sin embargo, es muy complicado tomar partido.Hay pueblos que jamás encuentran un momento de paz interior. De ellos se dice que no se les puede dejar solos porque sobre sus cabezas se yergue permanentemente la amenaza del genocidio y el exterminio. Cuántos argumentos de filosofía política y de sociología no se han gastado sobre los Balcanes sin encontrar la solución a un mal secular, el odio aparentemente interétnico. Podemos admitir que los hijos y los nietos de los turcos, los húngaros y los eslavos se han visto obligados a compartir el mismo abrigo como consecuencia de la expansión de los imperios circundantes, al serles impuestas reglas, lenguas y religiones distintas a su tradición o serles concedidos determinados privilegios. Sin embargo, no es fácil encontrar explicación al hecho de que comunidades compuestas de la misma etnia tampoco sean capaces de convivir entre sí, como ocurre en Bosnia-Herzegovina. A veces la acción del liderazgo político ultra-nacionalista termina por alterar la sicología del pueblo al que desea proteger, inoculándole el virus de la autoafirmación frente al reconocimiento de la diversidad. En otros momentos las instituciones religiosas son un freno para el progreso democrático, al albergar el germen del fanatismo fundamentalista e intervencionista. Tal vez haya que emplear un principio reduccionista, acientífico, de que todo obedece al instinto primigenio de las especies, el de la supervivencia, que lleva a unos a dispersar su semilla racial y cultural para perpetuarse y a otros a evitar la contaminación genética mediante estrategias de autoprotección y defensa de su territorio, de su ganado y sobre todo de sus hembras, las únicas garantes de la sucesión dinástica y, por tanto, de la transmisión generacional de los valores locales. Se puede pensar incluso que las condiciones ambientales -un clima y una orografía llenos de contrastes y los desequilibrios socioeconómicos- acentúan el instinto proteccionista, a diferencia de aquellos lugares abiertos y sin relieve y altamente industrializados. Y, desde luego, no se pueden despreciar las distintas opciones existentes para organizar el estado y la economía del país, algunas incompatibles entre sí como el liberalismo y el marxismo. Por último, las acciones de gobierno basadas en el poder absoluto y el temor tarde o temprano encienden la llama de la resistencia y la lucha por la libertad y la independencia, uno de los rasgos más definitorios.
KOSOVO. Comentario del cuadro:
ETNIAS, FORMAS DE VIDA, MODOS DE PENSAR DIFERENTES, AGUILAS ENFURECIDAS EN UN TERRITORIO QUE LES VIO NACER PARA LA DESIGUALDAD Y EL ARREBATO.
ALGUIEN QUE EN SU CAMINAR PORTA EL JARRÓN DE FLORES DE LA ESPERANZA:LOS INOCENTES QUE RECLAMAN LA PAZ Y LA IGUALDAD, IMPOSIBLE PARA LA RAZÓN DE LA SIN RAZÓN DE LOS QUE LES GOBIERNAN (CAMINA O REVIENTA).
DESPUÉS, COMO SIEMPRE, LA MANO SALVADORA QUE TIRA DEL MÁS FUERTE EN EL DESPROPOSITO DE UNA PAZ INVENTADA Y NO RECONCILIADA. ETNIAS QUE SEGUIRÁN ENFRENTADAS EN EL DESAMOR DE SU PROPIA HISTORIA QUE LES HACE ESCLAVOS DE SUS PRINCIPIOS.
ILUSTRACIÓN PARA CUENTO
CIELO GRIS AL AMANECER
DEDICATORIA: A los desheredados de la fortuna, para que sepan perdonarnos el día del Juicio Final.
Zaín no había ocupado aquel día su esquina de la avenida 15, hacía mucho frío y apenas si podía tirar de las piernas, prefirió quedarse en casa reparando las paredes de cartón, atajando el frío viento que todos los inviernos le soplaba de poniente. El puente no era del todo malo, ya no circulaba por el, el tren de la fundición, y le habían colocado una farola muy cerca que le permitía ahorrar durante la noche.
La casa no tenía demasiados lujos, apenas diez metros cuadrados, sin tener en cuenta que cuando crecía el río le quedaban solo tres y la incomodidad de tener que disponer de una menor altura de techo. Disponía de zona verde, alumbrado público, agua corriente, a veces algo contaminada y a partir de las dos de la madrugada los transeúntes le molestaban realmente poco. La verdad es que de todos los puentes en los que había vivido Zaín, aquel se podía decir que reunía condiciones.
Zaín era más bien alto, delgado por necesidad y de edad incierta, pero suficiente como para tener dibujada en su rostro la marca de muchos caminos, de muchos soles y de mucha sinrazón. Le corrían a lo largo del rostro arrugas en donde anidaba suficiente soledad como para dejar a oscuras aquella ciudad.
La historia de Zaín no tenía pasado, ni futuro, con lo cual poseía la virtud de la intemporalidad. Zaín posiblemente era el espejo en donde se dibujaba la arqueología de un error evolutivo, era un auténtico vagabundo, de los que nos ponen en los magazines televisivos como fruto de pacientes búsquedas de los reporteros.
A veces, recostado sobre unos cartones, pensaba Zaín sobre el placer de coleccionar desperdicios, seleccionar lo que la gente desecha, el gran placer de no necesitar nada, de no tener que comprar ni vender. Pensaba sobre las ventajas de no tener que cumplir horarios, no tener una casa atestada de máquinas y tomar somníferos, comprar a plazos, ahorrar para ir de vacaciones, vivir tras una ventana, envidiando a los pájaros que huyen de la tristeza y comunicarse con sus semejantes mediante un frío teléfono, soñando paraísos frente a una televisión, corriendo por las calles perseguido por el tiempo.
Zaín despreciaba ese mundo de relojes, automatizado, ese enorme reptil de cemento y hierro que escupe gases contaminados, que lava su mugre y desagua sus heces a los ríos y mares del planeta.
Era temprano para cenar y decidió hojear el periódico, revolvió en un cajón y sacó uno, daba igual la fecha, se orientó para que la luz de la farola le diera sobre el papel y comenzó a leerlo.
"El gobierno de la nación someterá a referéndum el tema de la desnuclearización del país". !Esos jodíos señoritos! -pensaba Zaín- siguen pensando que los átomos pueden hacerles daño. Desnuclearizar el mundo es como ponerle el cascabel al gato de la inocencia, es como querer sorberse el agua del mar por parte de noche y mear colonia por la mañana.
- "Zaín, los vagabundos vivís tecnológicamente desfasados del mundo, sois entes descapitalizados que no desgraváis a los inversores, sois como el hipo del mundo tras una alegre borrachera, sois el bicarbonato de los ulcerosos arrepentidos que a veces os dan algún desperdicio".
La noche se había apoderado de la ciudad, el frío empezaba a notarse transportado por un aire húmedo. Hasta el puente llegaba el murmullo de los coches que atravesaban veloces la cercana autovía. En el cielo nocturno, una luna mutilada se esforzaba en asomar en medio de jirones de nubes negras. Zaín dejo el periódico y se acercó al borde del puente, un escalofrío le recorrió el cuerpo, sintió una extraña sensación, como si aquella luna le presagiase algún mal. Sus ojos otearon la línea del horizonte, buscando en el ocaso un rayo de luz, pero el sol ya no le ayudaba, se había quedado solo ante la noche, esa noche de los vagabundos tan distinta a la de los demás seres humanos, una noche con una enorme boca que engulle estrellas, que canta nanas al filo del misterio y sacude espantos sobre los pájaros insomnes que vigilan los tejados de la ciudad. Sintió una sequedad salada en los labios, se agito, hizo oído, levantó la mirada del horizonte y se puso a recorrer estrellas. Un nuevo escalofrío le volvió a recorrer el cuerpo, noto que por momentos se apagaban en sus oídos los ruidos de la ciudad y desde el silencio sintió miedo.
El miedo de un vagabundo no es como el que podemos sentir el resto de los humanos, es un miedo sin cerrojos, es un miedo a pecho descubierto del que no se puede huir, es un miedo con el que hay que pactar, al que se debe dejar un lado en el catre para que vigile la hacienda mientras intentamos dormir. El miedo de los vagabundos esta siempre vigilando, colgado de sus andrajos, empapado de caminos y de horas difíciles. Es un miedo que aparcan a las puertas de las tabernas mientras engullen alcohol adulterado. Zaín sentía este miedo, mientras recuperaba de nuevo la sensación de oír y lo hacía con el fuerte silbido de una sirena que notaba cada vez mas próxima, justo a su espalda, venía por la pista que se extendía a lo largo del rió; era la sirena de un coche celular. La policía esta vez le sorprendió completamente en una de sus redadas.
El viejo no se inmuto, sabía que esta vez la huida era imposible, aquel puente era su trampa y el reúma de sus piernas sería el verdugo que le entregaría al enemigo. Recordó fugazmente otras ocasiones, otros coches celulares, recordó días de lucha por su libertad. Ahora tenía que poner en orden sus cosas, el tiempo apremiaba y debía seleccionar rápidamente sus recuerdos de entre los que se encontraban en el cajón de su vida.
Los policías aparcaron el coche junto al puente, eran hombres sin rostro, a sus espaldas las luces de la ciudad y el destello de la luz del coche que encendía y apagaba sombras en las paredes del puente. Eran fantasmas en un sueño, que apartaban todo valor y resistencia en sus víctimas, eran trabajadores de la ley, venían del otro lado del puente, venían de la ciudad para hacer cumplir la ley de los otros, los que nada sabían de vagabundos.
Los del otro lado del puente dormían. Zain, con sus recuerdos apretados contra el pecho, les miro asustado, suplicante, al borde de la desesperación, estaba a punto de andar hacia ellos, de no ofrecer resistencia a su destino en un centro de acogida, cuando impulsado por un deseo de libertad se dirigió al río casi a rastras y se lanzó al agua.
Los policías apenas se inmutaron, el agua se tragó a Zain abrazado a sus recuerdos, apenas un pequeño fardo con sus pertenencias más íntimas. Era el fin, el viejo se sintió rodeado de agua, cerró los ojos y notó un último escalofrío, un escalofrío con el que despedía este mundo. El escalofrío que iguala a todos los seres humanos ante la muerte, el que apaga el orgullo, el que sofoca tanto desenfreno, tanta injusticia. Sentía el escalofrío del soldado atravesado por la metralla, del niño roto por el hambre, del héroe, del paria, del payaso, del rico y del pobre.
- "Zaín, esta noche te darán de comer caliente y no pasarás frío. Mañana te echaran de menos tus esquinas de limosna y tus clientes se marcharan a casa apesadumbrados por no haber hecho su obra buena del día. Tus cubos de basura nadie los removerá. Te han robado tu ración de basura los obreros de la recogida nocturna. !Oh Dios!, ¿por que ocurren estas cosas?. ¿Cuantos, en estos momentos robarán y matarán impunemente, cuantos, bajo el manto de la noche, se arrastrarán hacia el crimen y mañana pasearán indolentes por las avenidas, acudirán a sus despachos, pasarán a los cafés, conversarán con sus vecinos, tomarán el autobús y hasta darán limosnas o dictarán leyes para el buen gobierno y progreso de sus semejantes, olvidando a esa otra parte de la humanidad que son los malditos, los desheredados de la fortuna que viven en la afrenta de la limosna.
Al amanecer un cielo gris saludaba Zaín sobre las aguas del río, algún ave espantada dio la alarma y el servicio de limpieza del río se encargó de recuperar su cuerpo. La patrulla de policía desayunaba tostadas y café en un bar próximo y la ciudad empezaba a despertar de su letargo nocturno.
José-Manuel Ruíz Gutiérrez